Un adios

Aquel que ya perdió algo que daba por hecho 

al final aprende que nada le pertenece.

Paulo Cohelo

A los que están y estuvieron.

Soy O y escribo estás líneas porque si no lo hago, será peor.

Cuando todo terminó, el aire se tornó asfixiante, las paredes se volvieron más cercanas y cualquier objeto, por anodino que pareciece, me recordaban su imagen. La veía en el boleto del autobús, en los clips prenzados de las paredes, en el vaso con agua de la noche, en el dentrífico, en la caja de película, en la tierra despojada por mis zapatos al regresar.

No sabía que hacer con lo que me acontecía, sin embargo, no ocurrió lo que esperaba. Poco a poco la memoria se fué desgastando, recuerdos antes firmes han ido a parar al olvido, ese baúl desconocido aparece, se abre por un instante, tiempo suficiente para depositar aquello insoportable, luego, se esfuma. Cada segundo la carga sobre mí se diluye, asemejándose a una gran hoja de papel que lentamente voy recortando con mis manos, en trozos diminutos y envíandolos a un gran cañón colindate en un abismo. Incluso con ello, no viviré más de esta manera, es hora de partir. Soy esa hoja que destruyo y, lentamente, cae al abismo, son pedazos de mí que no volverán a unirse.

Por ello, me despido recordando los millones de sabores, los pasos recorridos, las palabras fascinantes, el tren de navidad, el avión de verano, las cicatrices deportivas, las creencias derrocadas, los pasos torpes al bailar, el olor a mujer, el placer del cigarrillo, el nacimiento e incluso, lo que termina.

"al final no quedan sino los recuerdos buenos o malos, las memorias 

son de las únicas que no podremos escapar jamás..."

Suspiro, he terminado de leer lo que O dejó para mí.

Soy S, y escribo estás líneas para recordar lo que desde hoy ha muerto.